¿Qué nos lleva a tomar una decisión?

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Veo en XL Semanal un artículo de SAN PUNSET (Eduard Punset), sobre ¿ Qué nos lleva a tomar una decisión ?, que si bien no explica nada que ya no haya visto en su programa de Redes, si es interesante refrescarlo, por si alguien lo desconoce:

¿Qué nos lleva a tomar una decisión?

La importancia de las relaciones afectivas tiñe todos los ámbitos de nuestras vidas. Hasta en la manera de comportarnos al tomar decisiones, nunca lo hacemos al margen de lo que piensan los demás. Les voy a poner algunos ejemplos curiosos. Los economistas decían siempre que para que a una persona le interese un determinado juego o actividad tenía que encontrarle un interés material. Si no gana nada, no intervendrá en el juego. Si gana algo, aunque sea uno sobre cien, sí. Esto lo estudiaron, sobre todo, los economistas especializados en la teoría de juegos. Y resulta que los neurólogos, que habían hecho el experimento con monos y con ratitas, llegaron y dijeron: «¡No! Nosotros lo hemos probado y hemos visto que cuando el que tiene los 100 euros le da menos de 20 al otro, éste rompe la baraja y se niega a jugar». Y los economistas replican: «¿Y eso cómo es posible? Va a tener 19 o uno, y antes no tenía nada». La conciencia de lo que pensarán los demás hace que yo crea que es una humillación que me dé sólo el ocho, el 20 o el 19, cuando este señor me podría dar el 40 y quedarse él con el 60.


Les voy a poner otro ejemplo de un experimento. Les dieron a tres grupos de personas un encargo para que jugaran con el ordenador. Lo que tenían que hacer era meter un circulito en un cuadrado haciéndolo pasar por un sitio un poco difícil. Al primer grupo se le pagaba muy bien por hacerlo, al segundo grupo se le pagaba mal y al tercero no se le pagaba nada, pero se le decía que aquello tenía una importancia social y ética enorme porque de ello dependía la curación de gente que no conocían. En el grupo bien pagado hubo un porcentaje de aciertos del 70 por ciento, en el mal pagado el porcentaje fue del 40 y en el último grupo, al que no se le pagaba nada, pero que conocía la importancia ética o social del asunto, el acierto superaba el 95 por ciento.


Así que ahora sabemos que no somos tan malos como parecemos. Hemos descubierto que hasta es posible que haya una moral innata que nos lleva a movernos más fácilmente por motivos sociales y éticos que por los puramente mercantiles. Es fascinante la importancia que tiene para la gente lo que hace o piensa un tercero.


Ranulfo Romo es un gran neurólogo mexicano que experimentaba con monos Rhesus. Les daba a elegir entre zanahorias y plátanos. Y elegían plátanos. Lo que descubrieron Ranulfo y su equipo fue que la decisión contraria quedaba latente y reverberando en la misma zona cerebral. De manera que en un determinado momento los monos pueden cambiar de opinión y la mayoría de nosotros, no.


Yo siempre recuerdo a un estudiante –uno de los más brillantes de la clase en el Instituto Químico de Sarriá– que me dejó perplejo cuando me dijo: «Lo peor que me podría ocurrir es dejar de ser quien soy, cambiar». Y yo creo que él se refería a la enseñanza recibida de sus padres, de su familia. Él consideraba que aquello era intocable, que cambiar de opinión era traicionero, que no era correcto.


Y los monos Rhesus de Ranulfo, en México, lo que acaban de enseñarnos hace unos meses es que sólo pueden cambiar de opinión las formas cerebrales muy sofisticadas. Una rana no puede cambiar de opinión; un mono, sí, y nosotros podríamos, pero, lamentablemente, no queremos.

Eduardo Punset