Leyendo lo publicado en Alpoma.net, uno se pregunta si el registrador de patentes quiso registrar la "idiotez humana" o algo mucho mas probable, igual le apuntó (el puerto riqueño) con el dedo (con un capuchón de bic embutido) y le dijo, que o registraba el "invento" o le disparaba, teletransportándolo al mundo de Lilipú....
Fuente: http://www.alpoma.net/tecob/?p=749
Pero… ¿en qué estaba pensando el oficial de patentes?
Más o menos, ésa es la gran pregunta. Uno supone que, al asomarse al monumental y apasionante mundo de las patentes puede encontrarse de todo pero, cuando menos, posible. No, resulta que la realidad supera la ficción, como siempre. ¿No funcionan los filtros? ¿Acaso los encargados de leer lo que llega a las oficinas de patentes -sobre todo la de Estados Unidos- están tan saturados que se les pasan algunos inventos “imposibles”? Es más, con el dinero que cuesta patentar… ¿por qué hay quien se empeña en buscar protección para proyectos imaginarios? Lo de imaginarios va con todo el sentido, porque ni en sueños… Claro, ya me gustaría a mí que algunas de esas patentes fueran algo más que papel lleno de garabatos pero, hasta que la realidad no lo demuestre, no pasan de mera especulacion no muy propia de consideración por una oficina de patentes. ¿De qué narices hablo? De algo alucinante -aplíquese aquí por lo alucinado que debía estar el autor al idear tales inventos- que, o bien ha sido escrito por un viajero del futuro que pretende patentar ahora la tecnología de, pongamos, el siglo XXIV, o se trata de la obra de un bromista con mucho tiempo libre. Queda otra posibilidad… ¡que quien presenta la patente se lo crea de verdad! En ese caso, me quedo sin palabras.
He aquí al señor John Quincy St. Clair, ciudadano de Puerto Rico que, pásmense, el 6 de abril de 2006 logra hacerse con la patente número 20060071122 de los Estados Unidos de América, titulada: Full body teleportation system, con un resumen todavía más increíble: A pulsed gravitational wave wormhole generator system that teleports a human being through hyperspace from one location to another.
Como no terminaba de creerme lo que leía en el boletín de la oficina de patentes de los Estados Unidos, busqué la referencia en esp@cenet y, efectivamente, ahí estaba, era real. La patente, cuyo título traducido sería algo así como “Sistema para teletransportar un cuerpo humano” describe un método por medio del que “utilizando un pulso de ondas gravitatorias a través de un generador de agujeros de gusano, puede teletransportar a un ser humano a través del hiperespacio de un lugar a otro”. Nada más y nada menos, yo esperaría leer un título de patente de ese tipo si pudiera mirar en los archivos de patentes de dentro de unos siglos, pero ahora… ni de lejos. El caso es que la patente pasó los filtros y, ya puestos, no había más que leerla. Si se esperaba algo sobresaliente o novedoso, decepcionado se queda uno, porque más bien parece un refrito de ideas de ciencia ficción con términos bastante rancios de aquello que llamaban “Nueva Era”1.
El señor St. Clair narra en su patente algo digno de película de serie B, a saber, que un día de mayo de 2004 paseaba tan tranquilo por la calle y, tras pasar un avión por encima de su cabeza, se percató que había sido teletransportado un buen trecho, de forma instantánea. Así, intentando reconstruir por qué le había sucedido tal cosa, diseñó su sistema de teletransporte motivo de la patente. ¿No parece más el comienzo de una novela que de un documento técnico? El resto de la patente es magistral, un refrito muy trabajado de relatividad general, espiritualidad oriental y términos de física empleados de una forma muy curiosa. Como tal, es una delicia, lo malo es que al leerlo, uno termina por darse cuenta de las cosas que llegan a “patentarse” hoy día.
Por cierto, St. Clair es reincidente, a este paso va a tener la mejor colección de patentes con títulos dignos de siglos por venir.
Inzitan blog
Debí elegir la pastilla azul...Hace siglos, en Delf, ¿recuerdas?, tú vertías la jarra de leche, en casa de Johannes Vermeer, el pintor, el marido de Catharina Bolnes, hija de la señora María Thins, aquella estirada, que tenía un hijo medio loco. Pues ese, ese era yo...
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